Sentí tu mano cálidamente apoyada en mi espalda y vibró todo mi ser... lo disfruté
sonrojada. Con la cordera de mi sombrilla escribí tus iniciales; sé que te
agradó mi gesto, porque tus dedos presionaron nerviosos, un poquito más.
Aduje que era ya tarde, porque sabía que en unos minutos más perdería la batalla,
olvidando que aún no hablaste con mis padres.
Con la ilusión renovada, caminamos lentamente a unirnos con el grupo de damas; les comenté, brevemente, lo fresca que estaba el agua, la que bebí de tu mano... para no ensuciar mi enagua.
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