Hoy desperté y allí estaba Corcel Blanco, esperando, sin razón, sin aviso ni invitación.
Ya aferrada a su crin, él emprende veloz carrera, hacia donde no sé; no pregunto, ni lo evito.
Desdoblada, ausente, mi cuerpo inicia las diarias rutinas, pero yo... alma, mente, corazón; la que soy... cabalga otra vez al interior, en busca de recuerdos, los mismos que evito cada día. Nada a cambiado, la rivera, los valles, son los mismos; el rugido del mar que amenaza bravío, el cielo parece más lejano... y me invita insistente el precipicio.
Luego de muchas horas, he regresado... mientras bebo un café, se van difuminando las imágenes y comienzo a preguntarme cuál fue el detonante esta vez.
Diría que todo comenzó la noche anterior... cuando el "¡vinceró! ¡vinceró!" en la voz de Giuseppe Di Stefano, me estremeció como un vibrato en el alma... ¡Venceré! ¡Venceré! "... al amanecer... venceré"; "Nessun dorma, nadie duerma..." aunque es noche o vuelve a ser el inicio de una de mis largas noches, donde la sensibilidad está a flor de piel, fluyen lágrimas negras sin motivo aparente; pues aunque aseguren que las lágrimas purifican el alma, logran que los recuerdos salgan y sanen; éstas, riegan y fortalecen las raíces de la hiedra que me invade y ahoga.
... El café sabe amargo, signo claro de que el cuerpo y mi yo, han vuelto a unirse. Estoy completa... seguiré andando este camino.